¿Es posible que el miedo pase algún día de la puerta europea a la rusa?

Recuerdo que estando en una difícil posición de negociación frente a alguien que se aprovechaba de tener la sartén por el mango y el mango también, un amigo —con más horas de vuelo que yo en los negocios— me dijo que la única alternativa era que “el miedo cambie de puerta”. 

 

Son de esas frases que se te quedan en la mente, porque luego compruebas cómo con imaginación y valentía hay formas de que cambien las tornas. 

Otro consejo que siempre me llamó la atención fue el del barón de Rothschild para los inversores: “comprar cuando suenan los cañones, vender cuando suenan los violines”. 

 

Si unimos ambos y los trasladamos a la situación europea actual, el equivalente sería “comprar cuando el miedo está instalado en la puerta europea, vender cuando se instale en la de Putin”.

 

Europa está muerta de miedo. Y no es para menos. La incompetencia de sus políticos la ha llevado a una situación casi catastrófica de dependencia de Rusia, justo cuando Rusia decide invadir un país europeo (invasión que obviamente tenía pensada desde hace mucho tiempo y motivo por el que Putin estaba encantado de tener a Europa totalmente en sus manos en términos energéticos).

 

Para complicar todavía más la situación, los líderes europeos decidieron que en lugar de limitarse al apoyo económico, militar y de los servicios de información para ayudar a Ucrania había que sancionar inmediatamente a Rusia, no comprándole nada de todo aquello en lo que Europa es totalmente deficitaria y dependiente de Rusia. Una decisión correcta desde el punto de vista de los principios y consecuente con la situación, pero que tal vez hubieran debido tomar una vez se hubieran cubierto las espaldas. 

 

Como es lógico, el coste de esta medida ha sido brutal, entre otras cosas porque la respuesta rusa ha incluido la amenaza, ya puesta en práctica parcialmente, de cortar el gas a Europa. 

 

Así que Europa ha tenido que ir a comprar gas allá donde lo haya o se lo quieran vender, evidentemente a precios astronómicos. En lo que a los mercados se refiere la consecuencia es totalmente lógica: los precios de la renta variable europea están por los suelos.

 

Pero ¿qué ocurrirá si finalmente Europa consigue diversificar el suministro de gas? Le costará tiempo y dinero, sin duda, pero el gas puede venir en forma licuada de Estados Unidos o Qatar. O por gasoducto desde Argelia o Azerbaiyán. Y en España hay magníficas instalaciones para la regasificación del gas licuado que además están infrautilizadas y se pueden utilizar para el resto de Europa. Y llevará mucho menos tiempo construir gasoductos hacia el centro de Europa que desde el ártico ruso hasta China o India.

 

Además, gran parte de Europa retoma sus programas nucleares como forma de apoyo hasta que consiga su más que loable objetivo de concentrarse en las energías limpias. Y países que pueden ser intensivos en energías limpias como España tienen puesta la directa en este sentido.

 

Que todo lo anterior vaya a llevar tiempo no significa que no sea posible. Y evidentemente, lo primero —llenar depósitos y asegurarse una provisión estable de gas que sustituya al de Rusia— va a costar una fortuna. Y por supuesto tendrá que seguir comprándoselo a Rusia —si Rusia quiere venderlo—, que se lo venderá carísimo y “tacita a tacita”.

 

Ahora bien, hay que preguntarse cuánto le llevará a Rusia construir un nuevo gasoducto desde el ártico hasta China e India. Y si estos países quieren cofinanciar una obra de esa magnitud y coste. Y ahora mismo a Rusia le es imposible trasladar por barco todo el gas que no venda a Europa. No estaba pensada su infraestructura para eso, ni hay barcos especializados suficientes en el mundo.

 

En cuanto al petróleo, no es un problema tan grave para Europa. Ya hemos visto como el precio vuelve a caer por debajo de los 100 $, entre otras cosas porque las sanciones no funcionan y Rusia sigue vendiendo en el mercado a través de terceros países que no aplican dichas sanciones. Para que el petróleo resulte claramente dañino para la economía tiene que estar por encima de 100 $ el barril. El principal problema para Europa es, insistimos, el gas.

 

Con el resto de materias primas ocurre algo parecido. Incluso es probable que su sustitución sea más rápida. Claro que Rusia es “el” gran productor, pero también lo son Estados Unidos, Australia y muchos países de África y Latinoamérica. Y están encantados de ocupar el lugar de Rusia.

 

¿Qué queremos decir con todo esto? Pues que a corto plazo Europa es un desastre sin paliativos, sin seguridad energética, con alta inflación y con una recesión mucho mayor que la que pueda darse en Estados Unidos. No es fácil ni barato cargar en solitario con el efecto rebote de las sanciones. Y que salir del agujero en el que la han metido sus políticos va a ser muy caro y llevará mucho tiempo.

 

Pero a medio y largo plazo —sobre todo a largo— el miedo podría cambiar de puerta. Europa habrá diversificado sus fuentes de energía y Rusia habrá tenido que sustituir un cliente de primera calidad y bastante dócil como es Europa por un cliente duro y exigente como es China, de quien encima dependerá también política y tecnológicamente, al desmembrarse totalmente de Occidente.

 

Si tuviéramos que definir la situación en términos de “trading” de futuros, diríamos que la posición —mirando a largo plazo— sería ponerse largos en Europa aprovechando el desastre actual (y, si fuera el caso, cortos en Rusia).

 

El que “compre” Europa aprovechando dónde la han llevado sus políticos con sus errores en política energética hará grandes plusvalías cuando esa política energética se haya corregido. Porque “a la fuerza ahorcan”: con tiempo y emitiendo deuda —que es como solucionan las cosas los políticos europeos— hasta nuestros políticos serán capaces de corregir el rumbo. 

 

Me dirán que sí, pero que esa es una inversión a largo plazo. Por supuesto que lo es. Como saben, aquí hablamos tanto de inversiones a corto como a medio y largo plazo. Que sea una inversión a largo plazo no significa que sea una mala inversión. De hecho, si para un inversor particular el objetivo final de una buena política de inversiones es la jubilación, lo más importante es acertar en las inversiones de largo plazo. 

 

Ahora mismo se puede comprar a precio de saldo la industria alemana, francesa o italiana, acciones de las grandes empresas de consumo europeas y, por supuesto, la banca. No son empresas especialmente atractivas, porque la mediocridad europea también se refleja en los cuadros ejecutivos de las empresas —muchas veces por injerencia política—, pero: a) están baratísimas, especialmente comparadas con las empresas tecnológicas USA; b) se mueven en un entorno muy protegido de la competencia como es el europeo; y c) ofrecen un dividendo que duplica o triplica el de cualquier gran empresa norteamericana.

 

Es todo una cuestión de timing. Se trata de ver hasta dónde llega el daño que ha generado la incompetencia y hasta donde destruye valor el efecto rebote de las sanciones y su enorme coste. Y será en ese momento cuando sabremos cuál es el suelo de las cotizaciones de los activos financieros europeos. Pero para eso está un buen asesor: para decir qué hay que comprar —o vender— y, sobre todo, cuándo.