Qué porcentaje invertir en renta fija y variable

Uno de los dilemas más habituales a la hora de construir una cartera de inversión es cómo repartir el dinero entre renta fija y renta variable. Cada tipo de activo tiene un comportamiento diferente y conocer sus características nos ayudará a elegir mejor.

Para entender cómo equilibrar estabilidad y rentabilidad de una cartera de inversión en función de la edad, horizonte temporal y tolerancia al riesgo, seguid leyendo.

Diferencias entre renta fija y renta variable

La renta fija y la renta variable son los principales activos de una cartera de inversión, aunque hay otros que se pueden tener en cuenta como materias primas para invertir en oro o criptomonedas. En cualquier caso, es importante saber en qué consiste cada uno.

La renta fija es un tipo de inversión en la que se presta dinero a cambio de un interés acordado. Se trata de instrumentos emitidos por gobiernos o empresas que se comprometen a devolver el capital más unos intereses en una fecha determinada.

Es inversión en emisiones de deuda y tiende a ser una inversión más conservadora o con menos volatilidad.

En cambio, la renta variable representa una participación en el capital de una empresa. En otras palabras, es lo que conocemos como invertir en bolsa. Su rentabilidad no está garantizada, ya que depende del comportamiento del mercado y de los resultados de la compañía.

Ahora sí, veamos cómo se comportan ambos.

La renta fija suele funcionar mejor en momentos de incertidumbre, cuando la economía se enfría. Al ofrecer un interés más o menos predecible, su comportamiento es más estable y, por lo tanto, normalmente más conservadora.

Por el contrario, la renta variable tiende a destacar cuando la economía crece, ya que las empresas ganan más y  sube el valor de sus acciones. Aunque su rentabilidad potencial es más alta, también lo es su volatilidad.

Combinar ambos tipos de activos permite reducir los altibajos de la cartera a cambio de asumir un rendimiento algo más moderado.

Ejemplos de renta variable

Dentro de la renta variable se encuentran activos cuyo valor depende del comportamiento del mercado. Algunos ejemplos comunes son:

  • Acciones: permiten participar en los beneficios (y en las pérdidas) de una empresa.
  • Fondos de inversión de renta variable: invierten en una selección de acciones con criterios profesionales de diversificación. Existen distintos tipos de fondos de inversión según el grado de riesgo, la estrategia o la zona geográfica en la que invierten.
  • ETFs: replican índices como el S&P 500 o el Euro Stoxx 50. Los ETFs son un tipo de fondo de inversión que cotizan en bolsa como si fueran acciones.
  • Derivados: como opciones o futuros, que permiten operar con la evolución esperada de un activo, aunque exigen un conocimiento avanzado.
  • Criptomonedas: al no garantizar ni rentabilidad ni devolución del capital, su comportamiento se asemeja al de la renta variable, aunque con una volatilidad muy elevada.

Veamos un ejemplo. Se invierte en acciones de Inditex, empresa del IBEX 35. Si las acciones se compran a 35 euros y luego suben a 45 euros, al venderlas se obtiene un beneficio de 10 euros por acción. Además, si la empresa reparte dividendos, se recibe una parte de los beneficios en forma de pago periódico.

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Ejemplos de renta fija

La renta fija se basa en prestar dinero a cambio de recibir intereses. Los emisores pueden ser tanto públicos como privados. Algunos instrumentos habituales son:

  • Bonos del Estado: pagan un interés periódico y devuelven el capital al vencimiento. Se emiten a medio o largo plazo.
  • Letras del Tesoro: títulos a corto plazo que no pagan intereses periódicos, pero cuya rentabilidad viene de la diferencia entre el precio de compra y el valor nominal al vencimiento.
  • Obligaciones corporativas: similares a los bonos, pero emitidas por empresas. Ofrecen rentabilidades diferentes según el riesgo del emisor.
  • Pagarés: instrumentos a corto plazo emitidos por entidades privadas, con una rentabilidad implícita.
  • Obligaciones subordinadas: tienen más riesgo, ya que se sitúan detrás de otros acreedores en caso de impago.

Todos estos activos permiten planificar mejor los flujos de caja, aunque la rentabilidad que ofrecen suele ser más limitada.

Un ejemplo: Imaginad que el Gobierno de España emite un bono a 10 años con un interés del 3% anual y un valor nominal de 1.000 euros. Si alguien compra 10 bonos por 10.000 euros, recibirá 300 euros al año durante 10 años. Al final del plazo, se recuperarán los 10.000 euros invertidos. Es decir, se habrá ganado 3.000 euros en intereses.

¿Qué porcentaje de mi cartera debería ser renta fija y cuál renta variable?

La proporción ideal entre renta fija y renta variable depende principalmente de dos factores: el perfil de riesgo y el horizonte temporal.

Por un lado, hay que considerar el perfil de riesgo y horizonte temporal. Una persona con perfil conservador suele priorizar la estabilidad y tolera mal las caídas del mercado. En ese caso, puede ser conveniente dar más peso a la renta fija.

En cambio, alguien con mayor tolerancia al riesgo y un horizonte de inversión largo, podría asumir más volatilidad a cambio de una rentabilidad potencial superior. Para estos perfiles, una mayor exposición a renta variable podría tener sentido.

Por otro lado, se puede aplicar la regla del 120, una fórmula sencilla para orientar esta decisión. Consiste en restar la edad del inversor a 120. El resultado indica el porcentaje que se podría dedicar a renta variable. El resto iría a renta fija.

Por ejemplo:

  • Si se tienen 40 años → 120 – 40 = 80 → 80% en renta variable, 20% en renta fija.
  • Si se tienen 60 años → 120 – 60 = 60 → 60% en renta variable, 40% en renta fija.

Esta sería la distribución completa:

Distribución de los ahorros según la edad con la regla del 120

La idea detrás de esta regla es ir reduciendo progresivamente el riesgo conforme se acerca el momento de necesitar el dinero. Ahora bien, no es una norma rígida. Si hay una situación financiera estable y no se prevé usar el dinero en el corto plazo, mantener una mayor exposición a renta variable también podría ser razonable, incluso a edades más avanzadas.

Una opción muy utilizada para perfiles moderados es la cartera equilibrada: 60% en renta variable y 40% en renta fija. Suele ser adecuada para quienes quieren exposición al crecimiento del mercado, pero prefieren reducir la volatilidad.

Y si el objetivo principal es proteger el capital, una cartera con un 80% en renta fija y un 20% en renta variable podría ofrecer más estabilidad, aunque a costa de una rentabilidad menor.

Al final, no se trata de acertar con una fórmula mágica, sino de alinear la inversión con vuestros objetivos, tranquilidad y necesidades reales.

Definir bien la combinación entre renta fija y renta variable es uno de los pilares de una buena planificación financiera. No basta con seguir una regla general: hay que tener en cuenta la edad, los ingresos, el patrimonio y, sobre todo, la tolerancia a las caídas del mercado.

Revisar la cartera junto a un asesor en finanzas permite ajustar estos porcentajes a cada situación concreta. ¿Empezamos?

La información compartida en este artículo bajo ningún concepto representa una recomendación de inversión.